jueves, 28 de febrero de 2013

Palabra de Dios: Tercer domingo de Cuaresma

Domingo, 3 de marzo

Texto evangélico: 


Éx 3,1-8.13-15: Yo soy el que soy. 
1 Cor 10,1-6.10-12: El que se cree seguro, ¡cuidado, no caiga! 
Le 13,1-9: Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. 

Homilía para esta festividad por don Miguel Castillejo, recogida en el libro Palabra de Dios para nuestro tiempo. Homilías desde la COPE. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2004.

Celebramos el tercer domingo de Cuaresma que este año coincide con a festividad de San José, proclamada por la Iglesia como día del seminario, una de las conmemoraciones que más han de tocar nuestro corazón. 

El seminario, como bien sabéis, es el corazón de la diócesis, de él dimana toda la sangre que irrigará el día de mañana la vida espiritual de la iglesia de Córdoba. Jesucristo, nuestro Señor, en la Última Cena instituye el sacramento de la Eucaristía y también el sacramento del Orden, cuando al consagrar y transformar el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre, ordena y dice: «Haced esto en conmemoración mía». Con estas palabras, Jesucristo estaba diciendo a los doce, y también a sus sucesores, que el sacramento de la Eucaristía se celebraría a través de los siglos.

En los tiempos que nos han tocado vivir, los seglares habéis irrumpido de lleno en la Iglesia, formando un solo pueblo, el pueblo de Dios. Es esta misma Iglesia la que os llama y os necesita para el desarrollo en el mundo de la misión evangelizadora, porque por vuestro bautismo tenéis el deber de ser apóstoles, como nosotros, los sacerdotes lo tenemos por el bautismo y por el sacramento del Orden. 

Vosotros, laicos, tenéis una misión insustituible en el corazón del mundo, en la cual los sacerdotes difícilmente os podemos ayudar: la misión de consagrar todas las estructuras temporales en las que vivimos, para así hacerlas más cristianas y más humanitarias. Es más, vosotros, los seglares, podéis ser catequistas en la Iglesia, para, de este modo, explicar la Palabra de Dios. Pero hay ciertos ministerios, como son, sobre todo, la administración de ciertos sacramentos -la Eucaristía, la Confesión, la Unción, la Confirmación, el Orden-, que están reservados únicamente a los ministros sagrados. A esto se une la explicación auténtica, magisterial, de la Palabra de Dios. Por eso, la necesidad y la urgencia del seminario. En él nos jugamos a una carta el futuro de la Iglesia; porque en una diócesis donde no haya seminario, tampoco hay vocaciones y, en consecuencia, el clero desaparece, terminando dramáticamente por desaparecer la fe.

En nuestra diócesis tenemos dos seminarios. El seminario mayor, o seminario de San Pelagio, donde estudian aproximadamente unos cuarenta seminaristas, que se están preparando para la ordenación sacerdotal. Y el seminario menor, situado en la carretera de Sansueña, en el Brillante, que es el semillero del que se nutre el seminario mayor. 

Me impresionaba, y lo digo como testimonio porque quizá sea más elocuente que ningún otro discurso, un joven que estudiaba cuarto de medicina, que sintió la llamada de Dios y comenzó a dirigirse con un sacerdote. Probó el amor con una chica, pero vio que no era su vocación; entonces habló con el señor obispo, quien le aconsejó que simultaneara los estudios de medicina con los estudios de teología. Cuando terminó ambas carreras, el obispo le mandó que hiciera el doctorado en medicina. Ya hace un año que cantó misa. Ahora es profesor de teología moral, moral sexual y moral genética y bioética en San Pelagio. Ha instituido un movimiento sobre moral genética y la defensa de la vida, como el Santo Padre desde Roma lo está enseñando. Hace unos días estuvo conmigo proyectando la celebración de un congreso en Córdoba, y os puedo decir con sinceridad que cuando terminé de hablar con este joven sacerdote estaba emocionadísimo. El Espíritu existe; reaviva cada día nuestra fe en la existencia de la gracia divina; esa gracia fértil que mueve a la juventud al don de la generosidad, de la entrega a los demás sin condiciones, a pesar de las enormes dificultades y esfuerzos que actualmente tal opción entraña. 

Este joven sacerdote es hoy un pilar de la iglesia cordobesa. Así es como actúa Dios, como levadura que fermenta la masa, lenta pero eficazmente (cf. Mt 13,33). Quizá perdamos sacerdotes en cantidad numérica, pero los estamos ganando en calidad. 

Mis queridos amigos, mis queridos hermanos, el Día del seminario reta a todos los que sois padres para que eduquéis a vuestros hijos en el don de la generosidad sin límites y en la entrega a los demás. Que si Dios llama a alguno de vuestros hijos a la gracia del sacerdocio, sed generosos. Ofrecédselo a Dios, a quien nadie le gana en generosidad. También es un reto lanzado a todos los fieles cristianos, porque todos con nuestro ejemplo y testimonio de vida somos responsables de la vida de fe de los demás, especialmente de los más jóvenes. Todos tenemos que rezar por las vocaciones, las nuestras y las de toda la Iglesia. Tenemos que crear un clima propicio, un caldo de cultivo en el que surjan nuevas y renovadas vocaciones sacerdotales. Urge, igualmente, ayudar con nuestros propios medios a la gran obra del Seminario, la más divina de todas las obras divinas que tiene la diócesis de Córdoba. 

Que en este día del seminario sea notoria nuestra oración, personal y común, nuestra preocupación por el problema y nuestra generosidad sin límites. También se lo pedimos a la Virgen, nuestra Madre, quien fue la primera creyente, discípula y misionera de la Palabra Dios.

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