miércoles, 27 de noviembre de 2013

Primer domingo de Adviento

Is 2,1-5: El Señor reúne a todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios.
Rom 13,11-14: Nuestra salvación está cerca.
Mt 24,37-44: Estad preparados para la venida del Señor.

Comenzamos hoy el sagrado tiempo de Adviento, pórtico de entrada del año litúrgico y, al a vez, preparación para el nacimiento de nuestro divino redentor. Estos dos motivos nos dan las coordenadas que definen a las claras este tiempo de gracia y de misericordia: la esperanza, la oración y la penitencia; tres coordenadas que ponen de manifiesto la profunda inquietud que en forma de pregunta nos hacemos todos los seres humanos, creyentes o no: ¿cuál será nuestro futuro y destino último?

La respuesta a esta pregunta está en Cristo. Él es la clave del sentido de la vida. No podemos dejar escapar la oportunidad de recibirlo en nuestro corazón, es decir, de comprometernos con Él y con su causa. De ahí la necesidad de estar siempre preparados para acoger la salvación que Dios generosamente nos ofrece. Es el lema de las lecturas de este primer domingo de Adviento. Por ello, con la sabiduría que brota de la fe, el apóstol San Pablo insiste una y otra vez: <<Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca>>. El propio Evangelio también nos señala esa actitud de espera con la que hemos de vivir la vida, apostando fuertemente por la coherencia y transparencia en nuestro ser y en nuestro quehacer.

Uno de los grandes pensadores de este siglo que ha tenido la Iglesia, el padre jesuita Teilhard de Chardin, se preguntaba y comentaba acerca del sentido de la espera y de la esperanza en la vida del cristiano: ¿Cómo esperamos al Señor los cristianos? ¿Cómo esperamos la venida de Dios? La respuesta a estas preguntas aglutina tres tipos de creyentes distintos: el de aquellos que esperan pacientemente, pero sólo pacientemente, que Cristo vuelva y venga. Son los cristianos pietistas, solipsistas e individualistas que se aíslan en el contexto social interior, creyendo ingenuamente que el reino de los cielos se gana con la sola relación personal con el Señor, sin tener en cuenta la relación con los hombres, sus hermanos. Miran tanto al cielo esperando que venga el Señor, que se olvidan de la tierra, donde Dios ya se ha encarnado y vive en el corazón de todos y cada uno de los hombres. Es, en suma, la tentación del angelismo.

Otra segunda tipología –nos comenta Teilhard- es la de aquellos cristianos que lo único que pretenden es <<construir esta tierra>>. Ciertamente, es éste un programa maravilloso, porque en la tierra tenemos que operar y hacer crecer el Reino de dios, pero desde la dimensión de la fe, es un insuficiente a todas luces porque no supera la inmanencia. Son los cristianos instalados en la paradoja de creer en Dios sin Dios. Miran tanto a la tierra que han perdido de vista la perspectiva del cielo. Por ello, sus programas de justicia social y de acciones directas a favor de los más necesitados como expresión del Evangelio, no llenan en su plenitud la espera y la esperanza que un cristiano ha de tener porque le falta el elemento trascendente de la vida de fe. Estos cristianos –nos dice el padre Teilhard- son, en el fondo, contestatarios de la Palabra de Dios, sobre todo cuando ésta se revela a través del magisterio del Papa o de los obispos.

La tercera y última tipología la componen todos aquellos cristianos que quieren apresurar la venida de Cristo realizando el bien aquí en la tierra. Esta postura es una síntesis bien armonizada de las dos anteriores, deja a un lado los excesos asumiendo lo positivo. Hay que esperar al Señor pero no pasivamente, no con inercia, no con los brazos cruzados, no sólo rezando o sólo de rodillas, sino también, y a la vez, proclamando el Evangelio con la palabra y con los hechos, de modo que seamos como la levadura, que, lenta pero eficazmente, hace crecer la masa, que es el mundo. Es la tarea de la evangelización, a la que por vocación estamos convocados en el nombre del Señor. Sólo así, y nada más que así, encontramos y alcanzamos el único camino de salvar al mundo, transformándolo –como bien decía Pío XII- de salvaje en humano, y de humano en divino; un camino que requiere de la constancia de cada día y en el que no caben hiatos y rupturas en nuestra vida espiritual, porque de lo contrario tendemos a los extremos: o el angelismo, o el materialismo.

Mis queridos amigos: os invito a que todo este tiempo de Adviento sea un aldabonazo en nuestra vida cristiana, en nuestra vida personal de relación con Dios y con el mundo, para que convirtamos la espera en esperanza gozosa y alegre, porque la salvación de Dios no defrauda, sino que llena de plenitud y de sentido la vida toda. Abramos las puertas de par en par a Cristo que viene y llama diariamente a nuestro corazón, como bien dijo el Papa Juan Pablo II: abrámosle la puerta y dejemos que su claridad inunde de su paz toda nuestra vida.

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