miércoles, 8 de enero de 2014

Fiesta del Bautismo del Señor

Is 42, 1-4.6-7: Te he llamado para que abras los ojos de los ciegos.
Hch 10, 34-38: Dios ungió a Jesús con la fuerza del Espíritu Santo.
Mt 3, 13-17: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

La historia de los hombres es una historia esencialmente de pecado amasada con injusticias y violencias sin cuento. Es una historia que, por lo mismo, ha generado múltiples sistemas <<redentores>> y <<salvadores>>, que, o bien se han hundido en sus sueños prometeicos inalcanzables, o bien han esclavizado aun más al mismo hombre. La historia humana se convierte así en un gigantesco fracaso, porque el hombre no puede redimirse a sí mismo, no puede liberarse del pecado con el pecado mismo que lo atenaza y casi define. El hombre y la historia humana es radical y ontológicamente incapaz de generar su propia salvación. ¿Cómo alcanzar el cielo con la sola ayuda de las fuerzas humanas? ¿Cómo romper y liberarse del mal estructural y estructurado que atenaza la convivencia y relaciones humanas? No existen milagros humanos. Los únicos milagros son de origen divino. Sólo Dios es capaz de salvar y de liberar, de romper con las redes del pecado, de dotar de la luz de la trascendencia a la oscura inmanencia, de sembrar en el hombre el germen y la semilla de la vida eterna.

La fiesta del Bautismo de Jesús es el símbolo de la historia de Dios presente en la historia de los hombres; tan presente que el mismo hijo de Dios se hace hombre como nosotros menos en el pecado, porque si el mismo Dios se hace pecado ¿quién podría, entonces, liberarnos de él? Jesús, con la fuerza del Espíritu liberará a los oprimidos y pasará haciendo el bien para vencer así al mal. Su bautismo en el Jordán no significa, en consecuencia, que tenga que ser salvado de pecado alguno sino, más bien, que Dios lo inviste con autoridad y poder, con la <<fuerza del Espíritu Santo>>, poder de Dios, para que pueda realizar la misión de redimir, salvar, curar, sanar, todo lo que está podrido.

De este modo, hay una radical diferencia entre el bautismo de Juan y el de Jesús. El de éste era un bautismo de conversión, de preparación para recibir la salvación que nos llega de parte de Dios mismo; el de aquél es un bautismo de salvación, porque es Dios mismo quien, con la fuerza de su Espíritu, nos salva.
Así, la fiesta del Bautismo del Señor es una confesión de fe en la divinidad de Jesucristo y una declaración profunda de su humanidad. Sólo Dios nos salva, porque el hombre es ontológicamente incapaz de ello. Pero al mismo tiempo, Dios nos salva <<desde dentro>>, desde el hombre mismo, <<poniéndose a la cola>>. Ahora bien, este <<desde el hombre mismo>> no significa, ni mucho menos, <<al modo del hombre>>. Jesús promoverá el bien y la justicia sin voces ni espectacularidades, sin privilegios ni excepciones, desde su condición del <<siervo de Yahvé>>.

El siervo del Señor es un elegido para una misión: anunciar en todas las naciones el derecho y la justicia, para socorrer, auxiliar, consolar, restañar y curar. El siervo no emplea la coacción, ni la violencia, ni la lucha propias de los <<modos>> de los hombres, sino la paz, la mansedumbre, la humildad, la sencillez. La liberación no es un programa político más, como son casi todas las propuestas humanas, sino que es el único programa de Dios. Por eso, San Juan Bautista advierte su pequeñez y la grandeza de Dios: <<Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?>>.

En esta solemne fiesta, Dios Padre nos invita a escuchar a Jesús. Y a Jesús se le escucha cumpliendo la voluntad de Dios: <<No todo el que me diga: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en el cielo>> (Mt 7,21). Ser cristiano implica vivir como tal, no sólo aparentarlo. Ser cristiano es llevar a efecto el mensaje de las bienaventuranzas: la confianza absoluta en Dios, puesto que sólo Él y nada más que Él salva; la misericordia y la compasión con los hermanos afligidos; la construcción de la paz y de las relaciones armónicas en las situaciones azotadas por las guerras y las discordias; la búsqueda y creación positiva de actos y actitudes de justicia, al mismo tiempo que la denuncia de todas las estructuras generadoras de las más sórdidas injusticias, mal endémico de nuestro mundo. Vivir todo esto es vivir nuestro bautismo por el que fuimos incorporados a Cristo.

Dios Padre nos invita a escuchar a su Hijo, a adentrarnos en los planes de Dios. Ésta será la única garantía de operar la salvación que Dios quiere. Quien escucha a Cristo es investido por Dios con la fuerza del Espíritu para que pueda realizar la obra de Dios mismo; quien no lo escucha realizará su obra humana, no la de Dios. Quien escucha a Cristo creará salvación en su entorno; quien se escucha a sí mismo, producirá muerte y destrucción.

Mis queridos hermanos y amigos, hoy es un buen día para reflexionar sobre el nivel termométrico del compromiso de nuestra vida cristiana y pedirle a Dios el don de la receptividad para acoger y vivir su Palabra en el corazón y en la vida.

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