jueves, 6 de febrero de 2014

Quinto domingo del tiempo ordinario

Is 58,7-10: Entonces romperá tu luz como la aurora.
1 Cor 2,1-5: O he anunciado a Cristo crucificado.
Mt 5,13-16: Vosotros sois la sal y la luz del mundo.

Una de las verdades incontestables por la que se define un buen cristiano es su testimonio de vida. Lo hemos dicho ya en innumerables ocasiones. el testimonio no es otra  cosa que el resultado de la coherencia sin fisuras entre lo que se cree y lo que se hace, entre lo que se anuncia y lo que se vive. Es vivir lo que se cree y se anuncia y creer y anunciar lo que se vive. La fe sólo es operativa en las obras, porque sin ellas es una fe muerta (cf. Sant 2,14-26). Sin fe no hay auténtico testimonio cristiano, pero sin las obras que avalan esa fe tampoco.

Uno de los argumentos más y mejor usados por los no creyentes a la hora de atacar a la Iglesia y a todo el mundo cristiano es, o la ausencia de un auténtico testimonio de vida evangélico, o la presencia de un antitestimonio pernicioso y nocivo. Tanto la ausencia de testimonio como el propio antitestimonio revelan el divorcio entre la fe y la vida, de querer a toda costa conjugar lo inconjugable: los criterios y las exigencias evangélicas con los criterios personales de vida, contagiados por la mentalidad del confort, del lijo, del consumo y de la ausencia de compromisos, que socavan los cimientos mismos de nuestras sociedades occidentales.

El cristiano está llamado a ser la sal de la tierra y la luz del mundo. En otras palabras, el cristiano ha de ser un hombre comprometido, testigo de Jesucristo y de su Evangelio. Su testimonio de vida es su mejor predicación; por ello Jesús sentencia: <<Por sus frutos lo conoceréis>> (Mt 7,16.20); <<Lo que rebosa del corazón lo habla la boca>> (Lc 6,45). No se puede ser cristiano a medias, cristiano light, a caballo entre Dios y el dinero (cf. Mt 6,20). No es cristiano el que enciende una vela a Dios y otra al diablo del poder. La vida cristiana o se vive como fermento, pregunta y reto para uno mismo y para los demás, o deja de considerarse cristiana.

La vida cristiana es como la sal y como la luz. Como la sal, vale de algo mientras tiene una virtud interior sazonadora, mientras es capaz de contagiar ilusión, alegría, compromiso, entrega, generosidad, amor; como la luz, en cuanto irradia y arroja claridad en medio de las tinieblas del mundo. Si el cristiano no es sal, no sazona, y si no es luz, no alumbra, su vida carece de sentido. G. Bernanos comentaba al respecto: <<Cristo nos pidió que fuésemos la sal de la tierra, no el azúcar, ni la sacarina. Y no digáis que la sal escuece. Lo sé. Lo mismo que sé que el día que no escozamos al mundo y empecemos a caerle simpáticos será porque hemos empezado a dejar de ser cristianos>>. Mayor claridad no cabe.

Sercristiano <<a medias>>, si es que tal cosa es posible, es lo más fácil del mundo. Lo difícil es ser cristiano de verdad, esto es, adorar a dios ne espíritu y en verdad, tratar de ser puro en un ambiente erotizado, ser sobrio y desprendido entre quienes han hecho del dinero, del poder y del sexo sus primeros valores, tener los ojos del alma abiertos a lo trascendente y a la justicia. Lo difícil para cualquiera que abraza la fe no es amar al mundo o amar a los hombres, sino amar este mundo y a este hombre concreto. Evangelizar el mundo exige como prioridad la cristianización de los cristianos: poner el fermento evangélico en las zonas íntimas de nuestro ser. No podemos ser sal ni luz para los demás si nosotros mismos estamos sin sazonar y somos ciegos; no podemos dar ejemplo a los demás de lo que nosotros carecemos; no podemos predicar y manifestar a Dios, si Dios no está en nuestro corazón. Cada uno da de lo que tiene: el que está lleno de Dios, dará a Dios; el que está vacío, transmitirá sus amarguras: <<Si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo>> (Mt 15,14).

La metodología evangélica está en las antípodas de cualquier metodología de poder. El Evangelio se instala en la vida como un grano de trigo que se transforma en millones. Cuando Bernardo de Claraval rezaba largamente, se mortificaba en silencio y predicaba con claridades exentas de miedo; no todos imaginaban que su vida austera y sus palabras claras estaban minando los cimientos de la falsa vida que tantos eclesiásticos llevaban en su tiempo y de la que tantos señores temporales se servían para amordazar a la Iglesia y, con ella, a la sociedad.

Afortunadamente, y con razón, son hoy muchos los cristianos que buscan afanosamente solución a los antiguos dramas sociales de nuestro tiempo: derechos  humanos violados, guerras fratricidas, hambre en medio del festín de riquezas sin precedentes. Así, testimonian con sus hechos, lo que creen en su corazón. Así anuncian la verdad e integridad del Evangelio de Jesucristo, camino de salvación y de liberación.

Mis queridos hermanos y amigos, seamos sal de la tierra y luz del mundo. Que hagamos nuestra la recomendación final de Jesús en el Evangelio de hoy: <<Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro padre que está en el cielo>>.

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