viernes, 14 de febrero de 2014

Sexto domingo del tiempo ordinario

Eclo 15,16-21: Dios conoce todas las acciones de los hombres.
1 Cor 2,6-10: Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria.
Mt 5, 17-37: Se dijo a los antiguos […] pero yo os digo.

Una de las páginas más misteriosas de los Evangelios es la que hoy nos pone la liturgia de la Iglesia para nuestra meditación y reflexión cristiana. Por una parte, San Mateo nos presenta a Jesús con la personalidad y la autoridad que emanan de su condición de Hijo de Dios, por eso corrige una y otra vez la interpretación de las leyes del Decálogo. <<Se os dijo… pero yo os digo>>. Pero, por otra, el mismo Jesús sentencia. <<no creáis que he venido a abolir la ley y los profetas>>. Estamos ante una paradoja cuya solución es necesario aclarar.

Lo que Jesús nos está indicando no es ni más ni menos que la superación en la forma de entender e interpretar el Decálogo de moisés. Jesús apunta directamente al corazón del hombre, santuario del ser, fuente de donde mana el auténtico cumplimiento de la ley. La ley no es algo abstracto y frío, que hay que cumplir <<a rajatabla>> y <<al pie de la letra>>, por encima de las situaciones humanas. La ley sólo tiene sentido en cuanto está al servicio del hombre: <<El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado>> (Mc 2,28). Si nos damos cuenta, en medio de las <<superaciones>> que Jesús hace de la ley mosaica aparece el motivo de dichas correcciones: <<Si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos>>. Es decir, Jesús no elimina la ley antigua, sino el modo como la vivían e interpretaban los fariseos: desde un legalismo y un rigorismo inhumanos, que no vivifican al hombre, sino que lo esclavizan.

Frente a la letra de la ley, Jesús opone el espíritu de la ley, el corazón y la vida. La letra mata, el espíritu vivifica. Por eso Jesús amplía el arco de actuación de la ley misma: no sólo lo externo, como pretendían los fariseos, sino también, y sobre todo, lo interno: no sólo los hechos, sino también, y sobre todo, la intención de esos hechos. La ley abarca a la persona entera, a su íntegra dignidad. Porque la ley que Jesús anuncia es la ley nueva del amor, que engloba la ley mosaica, pero no se agota en ella, sino que la supera. La superación de Jesús se centra en tres grandes verdades de vida:

Primera verdad, el respeto físico y moral a la vida humana: <<Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás […] pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado>>. Jesús reitera con fuerza el valor de la vida humana en un contexto social en el que dicha vida no valía nada. Pero apostilla, igualmente, que el respeto a la vida humana pasa necesariamente por respetar y defender los derechos y la dignidad de las personas. La razón no es otra que ésta: el ser humano no es imagen de Dios. Quien mata y quien no respeta a los demás ofende a Dios, y por ello <<merece la condena del fuego>>. El cristiano ha de defender el derecho a la vida; ha de respetar, promover, y defender los derechos humanos, denunciando los casos de flagrantes injusticias que van contra la ley de Dios, como el aborto, la pena de muerte, las torturas, las difamaciones y las calumnias. Igualmente, el cristiano ha de vivir con una profunda actitud de perdón y de misericordia, corazón del amor: <<Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano>>. Todo esto abarca la ley que afirma taxativamente: <<No matarás>>.

Segunda verdad, la honestidad y transparencia de vida que brota del corazón. Al más puro estilo fariseo, podemos vivir la esquizofrenia entre ser y actuar, desligando nuestros hechos de nuestras profundas y vitales actitudes de vida. Por ello, aquí es necesario recordar la conexión interna que existe entre ser y hacer: <<Habéis oído el mandamiento: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su corazón>>. Lo que nos dignifica o nos arruina humanamente es la intención última que se esconde en cada uno de nuestros hechos. Aquí se ve muy claro aquello de la <<letra>> y el <<espíritu>> de la ley. Por eso, Jesús, conocedor del alma humana, advierte con sagacidad: <<Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el abismo>>. Hay que purificar las intenciones y vivir con un corazón limpio.

Tercera verdad, vivir desde Dios y para Dios, único absoluto de nuestra vida. Todo lo que no sea Dios o provenga de Dios acaba ahogando nuestro espíritu. A nosotros nos basta saber bien de quién nos hemos fiado. Lo demás son supercherías y especulaciones dañinas.

En síntesis, la ley de Cristo no acaba con la de Moisés. Le confiere plenitud. Llena de espíritu su letra. La interioriza, aumentando así una exigencia que radica en lo profundo de la libertad. Sustituye los preceptos medibles por principios ideales, y por ello no bastará la vida entera para conseguir su cumplimiento perfecto. Así es el camino del Evangelio: la vida en tensión y en superación constante, que pone en juego y que arriesga la libertad.

Mis queridos hermanos y amigos, pidámosle al Señor que nos ayude a vivir con transparencia y claridad, con un corazón siempre limpio y honesto, de modo que nuestras actitudes avalen nuestros hechos, y, de este modo, como veíamos el domingo pasado, nuestra luz alumbre a los hombres.

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