viernes, 14 de noviembre de 2014

Trigésimo tercer domingo del tiempo ordinario

Prov 31,10-,13.19-20: una mujer hacendosa, ¿quién la hallará?
1 Tes 5,1-6: El día del Señor llegará como un ladrón en la noche.
Mt 25,14-30: Como has sido infiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor.

Celebramos el día de la Iglesia diocesana. Es un evento suficientemente importante como para que le dediquemos nuestra reflexión homilética. La Iglesia es el mismo Cristo viviente en el mundo, como el mismo Cristo resucitado le dijo a Pablo de Tarso cuando se le apareció en el camino de Damasco: <<Pablo, yo soy Jesús al que tú persigues>>. La Iglesia es Cristo y Cristo es la Iglesia. No se puede decir sí a Cristo y no a la Iglesia, como algunos quieren poner de moda. El sí a Cristo es un sí a la Iglesia.

El Concilio Vaticano II en su Constitución dogmática sobre la Iglesia, la Lumen gentium, nos presenta un esquema clarísimo de la parte que a cada uno nos corresponde dentro de la Iglesia: el Papa es el fundamento de la Iglesia -<<Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia>> (Mt 16,17-19)-, incluso dentro de la unión colegiada del mismo Papa con los obispos, que de un modo novedoso resalta el Concilio. Los obispos colegiados con el Papa han de estar en comunión con él y debajo de él –cum Petro et sub Petro-, sometidos a él, porque él es el vicario de Cristo, investido con todo el poder que Cristo ha dado a su Iglesia para que él la represente. Por eso, en el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles, el mismo día de Pentecostés, que es cuando se constituye la Iglesia, están los once apóstoles y Pedro en el centro, presidiéndolos en la caridad y en el amor.

En la Iglesia local, en nuestra Iglesia de Córdoba, el obispo es la representación y la continuación apostólica viva que nos garantiza la comunión con el Papa y con la Iglesia universal. El obispo, por tanto, no puede vivir de espaldas a su Iglesia. No puede vivir ignorando la problemática y la vida real de su iglesia. De igual modo, el Pueblo de Dios no puede realizarse como tal pueblo evangélico si no es en la unidad, en el amor y en la comunión jerárquica con su propio pastor.

Los sacerdotes forman con el obispo el colegio presbiteral, que es el colegio que gobierna a la Iglesia local. Los sacerdotes son cooperadores del obispo, forman también una unidad con todo el Pueblo de Dios, con vosotros, mis queridos hermanos y amigos, quienes por el bautismo formáis un pueblo sacerdotal, una nación consagrada.

La Iglesia de la diócesis de Córdoba produce frutos de santidad, a pesar de sus pecados, porque también en ella se aplica el principio de San Agustín: Ecclesia sancta et meretrix. Todos somos pecadores, pero somos el Pueblo de Dios, contrastando en medio de nuestra miseria el triunfo de la gracia y el poder de Jesucristo.

La Iglesia de córdoba tiene unas raíces gloriosas: en el siglo III, concretamente en el año 288, aparece el nombre de Osio, nuestro obispo, firmando las actas del Concilio de Elvira en Granada. Es reestructurada después de la Reconquista por el rey Fernando III el Santo, bajo cuy o reinado el obispo Fitero, mediante la consagración, transforma la mezquita árabe en catedral cristiana. Desde entonces, la sucesión apostólica, encarnada en la figura del obispo que preside el amor, la fe y la esperanza de todos nosotros, se ha dado ininterrumpidamente. Muchos conocemos a obispos insignes y sabemos de sus grandes virtudes. También sabemos que Córdoba es tierra de mártires y santos, sellada con el martirio de san Acisclo y Santa Victoria, San Fausto, Januario y Marcial, durante la persecución romana, y la de otros tantos durante la persecución arábiga de la mitad del siglo XI.

La Iglesia de Cristo, nuestra Iglesia de córdoba, es la Iglesia peregrina hacia la patria celestial, pero sin olvidar sus obligaciones temporales. Tiene unas estructuras espirituales, que somos cada uno de nosotros pero también tiene unas estructuras materiales a las que hacer frente. Tiene un seminario, tiene unas parroquias, tiene unos conventos de clausura, tiene un clero que mantener y que formar permanentemente, tiene múltiples necesidades sociales que atender. Toda esta estructura de necesidades no se podría atender con la sola ayuda del Estado. La Iglesia de Córdoba necesita, además, de la ayuda de cada uno de sus fieles cristianos. La ayuda de cada uno de vosotros.

Mis queridos hermanos y amigos, en el día de la Iglesia diocesana, en el día de cada uno de nosotros, porque todos somos Iglesia, intercedamos antes Dios por ella, para que la fortalezca, la vigorice y la renueve siempre con el don de su gracia. Cooperemos todos al sostenimiento económico de sus múltiples necesidades.

No hay comentarios:

Publicar un comentario