viernes, 2 de enero de 2015

Segundo domingo después de Navidad

Eclo 24,1-4.12-16: La sabiduría habita en medio del pueblo elegido.
Ef 1,3-6.15-18: El Padre nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo.
Jn 1,1-8: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Uno de los fenómenos más populares de estas fiestas de Navidad, que ya van tocando a su fin, es el de los villancicos, en los que se canta y se ensalza el misterio de Belén, que, por otro lado, va sustituyendo paulatinamente a los tradicionales nacimientos en los hogares cristianos. Cada vez es más frecuente escuchar: <<Yo en mi casa pongo el Misterio>>, es decir, a la Virgen María con San José y el Niño Dios, acompañados de la mula y el buey.

De tantas felicitaciones como he recibido en estas fiestas, me ha llamado poderosamente la atención una en particular. En ella está impreso un pensamiento teológico escueto y profundo: <<Nada de la encarnación del Verbo se ha hecho sin tener un sentido profundo. Jesucristo no ha venido a redimir a los ángeles sino a los hombres>>. Es el mensaje central de prólogo del Evangelio de San Juan que hemos proclamado en este domingo: <<El Verbo de Dios se hizo carne y acampó entre nosotros>>.

Observad, mis queridos hermanos, cómo la Iglesia durante estas fiestas vuelve reiteradamente al mensaje de la Encarnación redentora- Esta metodología está muy en línea con la que los grandes santos han usado para transmitir el mensaje espiritual del cristianismo. Entre ellos, pongo por ejemplo a San Ignacio de Loyola, quien en su libro de los Ejercicios espirituales habla de repeticiones, porque él entiende que a fuerza de repetir y repetir llega el ejercitante no sólo a saber las cosas, sino a paladearlas interiormente. Y lo que nuestra Madre la Iglesia quiere es que, en medio del bullicio de las fiestas, no perdamos de vista el misterio de Belén, cantado y glosado por San Agustín en los siguientes términos: <<¡Oh admirable trueque, que para que Dios se haga hombre, los hombres hemos sido hecho dioses!>>. Efectivamente, lo que significa el misterio de Belén no es otra cosa que la encarnación de la divina sabiduría, que existió antes de Jesucristo, el pueblo judío la personalizó, como aparece en el libro del Eclesiástico.

En el mundo clásico griego, en donde cinco siglos antes de Cristo irrumpe con fuerza la filosofía, a esta sabiduría, que ha llenado la tierra y que lo ha hecho todo, la llaman <<Logos>>, <<Palabra>>, <<Verbo>>, <<Razón universal>>. Xavier Zubiri, filósofo profundamente cristiano, nos dice que <<el cristianismo en sus comienzos encuentra la realidad de la verdad, es decir, lo que es el Todo, en la realidad divina del Logos, Palabra encarnada. Así, Dios, y en Dios Jesucristo, es la razón suprema y última de todo el universo>>.

Dios se hace hombre para que el hombre se haga semejante a Dios. Todos los hombres estamos llamados, convocados a la divinización, en virtud de nuestro ser, hijos de Dios por la Redención de Jesucristo. Esta filiación divina es la que nos capacita y autoriza a llamar a Dios Padre nuestro. Éste es el centro de todo el mensaje de la Navidad.

Por tanto, en Dios todos hemos sido constituidos hermanos, y, en consecuencia, desde la perspectiva de Dios, somos vocación de entrega, de apertura, de donación generosa a los demás. Hemos sido creados para hacer el bien a todos los hombres, hermanos nuestros.

Pero el mensaje de la Encarnación redentora de Cristo es también un mensaje muy singularizado para quienes nos decimos y somos cristianos, porque muchas veces creemos con los labios lo que no creemos en nuestro corazón, alejándonos así de lo que es vivir la verdad y las exigencias de la fe cristiana. Si profundizamos en nuestra conciencia descubriremos cómo en muchos de nosotros se ha instalado el divorcio permanente entre el decir y el hacer; entre la fe confesada y la fe testimoniada. Por eso, quien desde <<fuera>> analice nuestra vida, ¿acaso no nos verá como ateos de facto?

A Dios, como nos manifiesta San Pablo, hay que sentirlo, gustarlo, paladearlo interiormente, <<a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama>>. Dios ha pensado en cada uno de nosotros antes de la creación del mundo y nos ha elegido para ser santos e irreprochables, sobre todo irreprochables en nuestras buenas obras hechas por amor a Cristo.

En este segundo domingo después de Navidad, pensemos serenamente en el misterio de Belén. Pensemos en Dios, que ha realizado un admirable intercambio haciéndose él mismo hombre para que toda la humanidad se divinice, y nosotros mismos por su gracia vivamos un cristianismo irreprochable.

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