viernes, 22 de mayo de 2015

Domingo de Pentecostés

Hch2, 1-11: Se llenaron todos del Espíritu Santo.
1 Cor 123-7.12-13: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu.
Jn 20, 19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo

En la fiesta de la Ascensión del Señor, que celebramos el domingo pasado, Dios nos invitaba a la acción, expresión del compromiso de la fe: extender su Reino por todo el mundo. Al mismo tiempo nos advertía contra el mal de la pasividad, manifestación visible de toda apatía espiritual: quedarnos cruzados de brazos <<mirando al cielo>>.

La fiesta de Pentecostés viene a poner de relieve y a resaltar, una vez más, la misión que el Señor ha encomendado a su Iglesia: anunciar, encarnar y vivir la salvación de Dios al hombre. Para llevar a cabo una empresa de tamaña envergadura, la Iglesia de Jesucristo cuenta con la fuerza, el dinamismo y el empuje vigoroso del Espíritu Santo, Espíritu creador, santificador, educador del hombre. Él es defensor, abogado, maestro de la Palabra de Dios en la Iglesia. Gracias a su impulso se transforma el mundo, crece el amor, se alcanza la justicia.

Es una misión universal en un doble sentido: en cuanto a los destinatarios a quienes está destinada y en cuanto a los sujetos que han de evangelizar. Los destinatarios de la misión somos todos los hombres, de todas las razas, pueblos, lenguas y naciones. <<Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad>> (1 Tim 2,4). En consecuencia, la salvación de Dios no conoce fronteras, ni límites de espacio o tiempo. Todos los hombres estamos invitados al banquete del Reino, sólo hace falta aceptar dicho regalo divino. Para eso, el Espíritu Santo nos anima, nos guía y nos custodia en el camino para conseguirlo. Dios invita y el hombre tiene que responder. El esfuerzo humano no es capaz de hacernos avanzar ni un milímetro sin la gracia de Dios. Éste es el sentido último de la siguiente Secuencia del Espíritu Santo:

<<Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno>>.

Por su parte, el sujeto de la evangelización es toda la Iglesia, Pueblo de Dios. Por tanto, no se circunscribe al solo mundo del Papa, los obispos, los sacerdotes, los religiosos o religiosas. Alcanza también, y muy directamente, a todos los seglares. Ésta es la razón por la que en esta fiesta de Pentecostés se celebre el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar.

De todos es sabido que la Iglesia no anda precisamente muy sobrada de vocaciones a la vida sacerdotal y misionera. Una crisis que, por otra parte, parece que no tiene visos de remitir. ¿Acaso no será esto una señal de Dios? Yo así lo creo. Durante muchos años, en los que los seminarios estaban literalmente saturados de vocaciones, los eclesiásticos acaparamos en nuestras manos toda la misión de la Iglesia, relegando a los seglares a un segundo o tercer plano, en el mejor de los casos. Pero ahora los papeles se han invertido. Ha sonado la hora de los seglares, como oportunamente nos indicó el Concilio Vaticano II. Son los laicos los que están llamados a transformar la sociedad desde dentro con sus acciones cristianas, empapando y convirtiendo la realidad con los valores del Reino.

Hacen falta hombres y mujeres que trabajen denodadamente en la misión de extender el reino de Dios. Y para ello no hace falta que se vayan a países lejanos, como hacen la mayor parte de los misioneros y misioneras religiosos. Las <<mies>> de los laicos no es otra que el mundo que les rodea, las situaciones concretas de la vida, el día a día con sus afanes y preocupaciones. Un laico tiene que ser misionero en su hogar y en su familia, educando con él a sus hijos en los valores cristianos, los mismos que él tiene que vivir. Igualmente, un laico tiene que ser servidor de la Palabra de Dios en su trabajo, asumiendo responsablemente sus deberes y defendiendo ampliamente los derechos de la justicia, del diálogo y de la concordia, garantes del engrandecimiento de la dignidad de la persona humana. Un laico, también tiene que cristianizar el mundo de la política, no tratando de hacer partidos políticos católicos, sino llenando de presencia cristiana las realidades temporales.

Éste es su campo de acción. Dios los llama para que sean levadura que fermente y cristianice la masa. Pío XII, en frase ya célebre y certera, sintetizó magistralmente en pocas palabra el contenido del a misión de os seglares: <<Cambiad el mundo, de salvaje en humano; de humano en cristiano; y de cristiano en santo>>.

Mis queridos hermanos y amigos, que en esta fiesta de Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo, nos dejemos irradiar por su luz e inundar por sus dones, para que swea Él el verdadero motor de nuestra vida. Con la gracia de Dios todo lo podemos. Sin ella nada. Invoquemos al Espíritu Santo con las siguientes secuencias:

<<Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndidos;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos…
Reparte tus siete dones
según la fe de tus siervos>>.

Concierto Extraordinario de Violín y Piano

Fundación Miguel Castillejo
Viernes 22 de mayo, 20,30 horas


El próximo viernes 22 de mayo tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo el Concierto Extraordinario de Violín y Piano Solistas de EEUU y Europa, dentro del Ciclo Internacional de Violín "Masterclass Andalusia" que tendrá lugar en nuestra ciudad del 18 al 24 de mayo.



Programa del concierto:

Greta Mutlu - Bulgaria
Danza Española - M. Falla -/- F. Kreisler

Alyssa Wang - USA
Malagueña - P. Sarasate

Idunn Lohne - Noruega
Habanera - P. Sarasate

Carlos Rafael Martinez Arroyo - España
Introducción y Tarantella - P. Sarasate

Colin Laursen - USA
La Gitana - F. Kreisler

Meredith Riley - USA
La Andaluza - E. Granados

Eva Zavaro - Francia
Fantasía de Carmen - G. Bizet - P. Sarasate

Además estos días exponemos en la Fundación el cuadro del pintor cordobés Juan Cantabrana denominado Debut de Montalvo en el Carnegie Hall, óleo sobre lienzo de 200 x 180 centímetros que recrea la actuación de nuestro joven paisano Paco Montalvo en dicha sala neoyorkina, habiendo sido el violinista más joven que ha actuado en ese importante escenario en este siglo.

jueves, 14 de mayo de 2015

El gallo de oro

Martes 19 de mayo 20,30 horas 

El próximo martes 19 de mayo tendrá lugar en la Fundación Miguel Castillejo la séptima jornada del Ciclo Ópera Abierta, con la audición comentada de El gallo de oro, ópera cómica en tres actos de Rimski-Korsakov y con comentarios a cargo de D. Rafael López.



Martes 19 de mayo, 20,30 horas.
Entrada libre.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Séptimo domingo de Pascua. Fiesta de la Ascensión del Señor

Hch 1, 1-11: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?
Ef 1,17-23: Dios resucitó a Jesucristo y lo sentó a su derecha en el cielo.
Mc 16,15-20: El Señor Jesús ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

En este resplandeciente día de la Ascensión del Señor, reitero mi ofrecimiento de mantener la libertad de la Iglesia, y en ella, la santa libertad de los hijos de Dios.

Como San Ignacio de Loyola, he tenido la inmensa suerte de visitar el monte Olivete. En la cima hay una iglesia pequeñita donde hay una piedra, y en la piedra dos hendiduras como de pies humanos, que la tradición atribuye a las últimas pisadas de Cristo antes de ser elevado a los cielos. San Ignacio quedó tan encantado con el trazado de aquellas huellas que al poco volvió de nuevo para ver qué pie estaba a la derecha y cuál a la izquierda, porque estaba convencido de que Cristo es nuestro camino y, en consecuencia, hay que caminar según la posición de los pies del Salvador.
La verdad es que sobre la Ascensión a los cielos, los evangelistas y el libro de los Hechos presentan algunas divergencias, pero son circunstanciales. Dejando a un lado estos detalles periféricos, lo importante es que nos centremos en el mensaje y contenido de la Ascensión del Señor. Es decir, que el único orden de cosas que existe no es el de la simple realidad material. Existe también el orden sobrenatural, el cielo, corazón de Dios, casa del Padre.

Yuri Gagarin, primer astronauta que se asomó al espacio exterior y circundó el globo terráqueo, ante el silencio y la inmensidad de los espacios siderales, sólo acertó a decir que no había visto a Dios, porque creía erróneamente que Dios era un astro más, una realidad tangible y palpable, al estilo del más puro y craso materialismo. A Dios no se le ve. Dios trasciende la materialidad, los espacios y las medidas físicas. Dios está en el interior de cada hombre.

Físicamente Jesucristo no está con nosotros, pero sí espiritualmente. Jesucristo nos asiste por medio del Espíritu Santo. Ahora, los cristianos somos los pies y las manos de Cristo, y estamos convocados a continuar la misión que él desarrolló en la historia. Tenemos que anunciar a todo el mundo que Jesucristo es el Señor y Salvador, inculcando y contagiando a esta sociedad rutinaria que nos rodea que hay una razón por la que luchar, por la que vivir y por la que morir: Dios. Decía Zubiri que <<muchas veces los ateos y los incrédulos, en su obstinación de negar a Dios, lo que hacen es ahuecar el ala y esconder sus desconciertos, sus incertidumbres y su problemática. Por eso, los más inteligentes, cuando se dan cuenta de que con la negación de lo divino no han resuelto nada, vuelven de nuevo a Dios, porque han descubierto en Él el motor de toda la fuerza dinamizadora del sentido>>.
En el siglo pasado Marx postuló la tesis de la incompatibilidad radical entre Dios y el hombre. Encontraba a Dios como enemigo de la humanidad. El hombre sólo puede ser plenamente hombre cuando se libere del yugo de la divinidad. Dios, por tanto, es un estorbo que le impide al hombre alcanzar la mayoría de edad antropológica. Por eso Nietzsche proclama la <<muerte de Dios>>.
Sin embargo, Marx y todos los profetas de la <<muerte>> se equivocaron. La <<muerte de Dios>> acarreó la <<muerte del hombre>>, como finamente nos hizo ver Foucault. Es decir, si Dios, sentido último y absoluto de toda existencia, desaparece, el hombre se queda a la intemperie de la vida, preso del absurdo y del sinsentido. En este contexto cobra plenamente sentido la sentencia, siempre viva y actual, de Santa Teresa de Jesús: <<Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta>>.

Muchos filósofos actuales piensan que las tragedias humanas que hoy padecemos son hijas de la instrumentalización y cosificación de la vida, en la que prima, ante todo, la <<satisfacción>> material que apuesta rotundamente por <<de sólo pan vive el hombre>>, inversión clara de la sentencia evangélica: <<No de sólo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios>> (Mt 4,4).

El hombre sin Dios es un hombre irredento, incapaz de salvarse, ahogado en sus desequilibrios internos, que crean y agrandan, cada vez más, las diversas y múltiples estructuras de pecado que atenazan y socavan los cimientos de todas las sociedades.
Sin Dios nada tiene sentido, ni siquiera nuestro altruismo y nuestra generosidad. Si Dios no está en la base de la motivación fundamental de nuestra entrega, incurrimos en el más ciego de los egoísmos y en la idolatría de nuestra propia persona.

La Ascensión nos remite constantemente a la necesidad que tenemos de Dios. Porque Dios no es el eternamente ausente. Dios, al mismo tiempo que trascendente, es inmanente. Está presente por su Espíritu en nuestra historia personal y social, convocándonos para una única misión: la de extender el Reino de Dios por todo el mundo, de modo que todos crean en Él, fundamento, razón y esperanza última de todos los hombres.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Sexto domingo de Pascua

Hch 10,25-26: El don del Espíritu Santo se derramará también sobre los gentiles.
1 Jn 4,7-10: Amémonos unos a otros, porque Dios es amor.
Jn 15,9-17: Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.

Todos los hombres hemos salido de las manos del Creador, quien por amor nos ha hecho a su <<imagen y semejanza>>. Si, como hoy nos dice San Juan, <<Dios es amor>>, queda claro que nuestro origen y nuestra meta son el amor, Dios. Hemos sido creados para amar, porque sólo el amor nos identifica y nos realiza como hijos de Dios. Ahora podemos entender por qué el primer y único mandamiento que Jesús dio a sus discípulos no fue otro que el del amor.

Sin embargo, amar no es una empresa fácil. Por eso, el santo obispo de Hipona, San Agustín, dijo con gran hondura aquello de <<ama y haz lo que quieras>>. Es decir, el que de verdad ama, ama siempre, haga lo que haga. Por eso, sus obras sólo pueden ser frutos del amor. El amo necesita de un prolongado y permanente entrenamiento que dura toda la vida, porque nunca hemos amado lo suficiente como para amar del todo. Y en este entrenamiento, el prólogo del amor es la lucha encarnizada y la destrucción del egoísmo que nos atenaza. Amor y egoísmo son dos términos antitéticos. El amor significa expansión, apertura, salir de sí para entrar en el otro y vivir para él; por el contrario, el egoísmo conlleva ambición y apropiación de los demás. Así como el amor vive en los demás, el egoísmo pretende que los demás vivan en él, es tiránico. El amor da vida; el egoísmo cosifica y mata.

Mis queridos hermanos, ¡qué difícil es cumplir hoy con el único mandamiento del amor! ¿Por qué? Nos preguntamos. Sencillamente, porque vivimos y cabalgamos cada día más por la cresta del materialismo. Hoy la filosofía de vida que impera es la de <<vive para ti, los demás no son tu problema>>. Desgraciadamente, hemos progresado y madurado en la técnica que nos facilita las comodidades del cuerpo, pero en lo que se refiere a los valores del espíritu, aún seguimos en la época de las cavernas. Hemos crecido en estatura delante de los hombres, pero no en sabiduría delante de Dios.
Por eso, hay muchos que han convertido la <<muerte del amor>> en el lema de sus vidas. Imbuidos hasta los tuétanos de un pragmatismo atroz, sólo piensan en sí mismos. Los demás, como mucho, son objetos, cosas, que me sirven para mis fines, pero en oposición a Kant, no son fines en sí mismos. Así se está pisoteando la dignidad de la persona, imagen de Dios. No puede extrañarnos, pues, que, por lo general, todo el que niega a Dios en su vida niegue también a sus hermanos. Muy acertadamente lo expresa la primera Carta de San Juan: <<Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor>>. El amor es la razón de ser de todas las cosas.

La madre Teresa de Calcuta, <<la anciana con ojos de niña, que a sembrado el mundo de la más grande libertad: la de la misericordia y el amor>>, como la ha llamado el cardenal Ángel Suquía, amado intensamente a los más desheredados de la tierra, encarnó visiblemente el amor de Dios a los hombres y cumplió la sentencia del Evangelio de hoy: <<Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos>>. Toda su vida fue un canto al amor.

Una de sus reflexiones favoritas era: <<Para conquistar el mundo no se necesitan ni guerra ni cañones, sólo hace falta amor y compasión>>. Y, sin embargo, seguimos empeñados en construir la paz desde la guerra: <<Si quieres la paz, prepara la guerra>>, se dice. Pero la madre Teresa, discípula de Jesucristo, nos demostró que sólo la revolución del amor puede cambiar la faz de la tierra.

Muchos intérpretes sostienen que el centro de todo el Evangelio de San Juan es la respuesta magistral de Jesús a la pregunta de Nicodemo sobre cómo era posible nacer de nuevo: <<Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que tenga vida eterna>> (Jn 3,16). Quizás sea algo más que el centro del cuarto Evangelio. Es el centro, el culmen de nuestra fe. Es el centro, el culmen de nuestra fe. El creyente, más que en una lista de verdades, cree ante todo en un hecho: el amor de Dios manifestado en el don del Hijo. Uno tiene la fe si cree principalmente en el amor. Si cree que Dios ama al mundo, ama a todos los hombres, ama a cada uno de nosotros.

Mis queridos hermanos y amigos, Dios nos invita a vivir no de palabras, sino de realidades. Y no hay más realidad que la del amor, concretado en las obras de cada día, en el desempeño fiel y lleno de amor de la misión que Dios nos ha encomendado. No busquemos hechos extraordinarios. Los pobres y necesitados de amor están a nuestro lado. Para verlos, sólo nos hacen falta los ojos de la fe que operan por el amor (cf. Sant 3,14-26).